martes, 8 de octubre de 2019

REMAR

He vuelto a ese muelle
del que un día desembarqué
abandonando mi barca,
ahora podrida su madera,
agrietada como mi alma,
los remos perdidos,
sin estrella polar,
pero la mar tranquila.

Si hice bien o hice mal
no me angustia, no ahora
que sigue esperándome
tanto tiempo después,
pues sé con certeza
que me ha perdonado
y que mecerá mi cuerpo
mientras siga en sus brazos.

Cojo dos ramas caídas
que encontré en el camino
y subo, un pie tras otro,
y aunque el agua
se cuela por sus cicatrices,
sé que no me amenaza,
me ha echado de menos.

Y miro arriba,
la noche cerrada, oscura
tras la marcha de mi estrella.
Pero sonrío
porque por fin consigo ver
el resto de constelaciones,
el cosmos que se revela.

Vuelvo a ser
marinero de agua amarga.


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